La maqueta arquitectónica, un ejercicio de estilo
A pocos nombres les cuadra tanto la etiqueta de “escritor de culto” como a Raymond Queneau, quien goza de una minoría fanática de seguidores, casi militantes de la causa: la literatura como un juego muy serio. De entrada, y aun en la lectura menos atenta, Ejercicios de estilo, escrito por el francés en 1949, resulta radicalmente distinto de una obra literaria convencional. El libro se sitúa, o finge situarse, en una especie de tierra de nadie, entre la teoría y la práctica literarias, dándonos la impresión de que ha sido confeccionado teniendo en cuenta los capítulos de un manual de estilística. Queneau rechaza cualquier esquema previo que pudiera haber presentado los “ejercicios” en agrupaciones temáticas, por su complejidad gradual o, simplemente, por orden alfabético. Ni tan siquiera trabaja sobre un mismo fragmento base. En ocasiones se prefiere el mero juego mecánico de transformación textual para lograr una sensación de puro disparate.
No es de extrañar que este libro de hace siete décadas siga pareciendo revolucionario y sea considerado un manual imprescindible en todas las escuelas de letras. Lo que Queneau nos enseñó entonces, esa burlona libertad creativa, es algo todavía difícil de igualar a día de hoy. Por ello, ese ejercicio de variación, de no establecerse límites imaginativos, es y debe ser compatible al trabajo con maquetas arquitectónicas. Lo que Queneau nos enseñaba, partiendo de un texto irrelevante y transformándolo hasta 99 veces, es lo mismo que cualquier arquitecto debería intentar traducir a su trabajo con maquetas. El arte de la variación y la acumulación. “Diferencia y repetición” que diría Gilles Deleuze. Trabajar 99 veces sobre una misma idea, verla cambiar hasta, en un momento dado, saber ver en ella la síntesis de la misma.